Por Luisa Fernanda Pérez
Soy Luisa Fernanda Pérez, madre de Sonia Mc Hardy que asiste al Centro Ocupacional de la Fundación desde hace un año.
Cuando llegamos a Santander desde Madrid hace 12 años mis primeros pasos para integrar a Sonia en un Centro Ocupacional se dirigieron a la Fundación pues tenía muy buenas referencia y además había conocido a Mª Victoria en un Congreso Internacional en Madrid a finales de los 80. No pudo ser, pues solamente se atendía a usuarios hasta los ocho años y Sonia había superado esa edad. Tuvo que volver a Madrid con sus hermanas y seguir en la Fundación Gil Gayarre durante otros dos meses. Yo, por motivos laborales, me quedé en Santander hasta que encontré plaza en Ampros. Era la primera vez que nos separábamos, aunque yo iba a Madrid los fines de semana.
Una vez hecha nuestra presentación paso a contaros nuestra historia que no difiere mucho de cualquier otra familia que integramos la Fundación. Sonia es la segunda de cuatro hermanas. Comenzó su etapa de estimulación precoz en Bélgica, donde nació.
A los 3 años nos trasladamos a Inglaterra y allí inició su etapa educativa en un Centro de Educación Especial cerca de Manchester. Fue una época muy bonita aunque algo dura pues la llevaba al autobús escolar a las 8.30 de la mañana y la recogía a las 5.30 de la tarde. La alegría de nuestra casa dos años después, se vio truncada con la pérdida irreparable y repentina de Albert, mi marido y lógicamente del 50% del motor que transmitía esa alegría y lucha cotidiana. Con la nueva situación pensé que lo más razonable era volver a mi país y empezar una nueva vida.
Nos instalamos en Puertollano (Ciudad Real). A partir de esta segunda etapa de nuestras vidas, mediados los años 70, en aquella ciudad de unos 200.000 habitantes, había sólo un Centro de Educación Especial que no merecía mi confianza, por lo que Sonia asiste con sus dos hermanas pequeñas a un colegio de monjas en Preescolar, donde está un curso y me proponen continuar, pero mi equivocación sucede, influenciada por familiares y amigos, cambiándola a un “centro” que me dicen es muy bueno en la capital en el cual estaba interna durante la semana. Aquel centro resultó ser un sanatorio psiquiátrico.
Luché contra todo el mundo y a los cinco meses la saqué y con esa lucha ya establecida entré en la junta directiva del centro de Puertollano para ayudar a corregir las muchísimas deficiencias que había y a continuación entró Sonia.
A la Directora del centro, que vino de Madrid, la contraté como apoyo adicional externo dos horas diarias en mi casa y conseguimos que Sonia aprendiera a leer, escribir, hacer dictados, comprender lo que leía, pequeñas sumas y restas etc., en un tiempo en el que la creencia generalizada era que los “Down” no podrían conseguir estos objetivos nunca.