Por Cristina Pardo
Soy Cristina, la madre de Héctor. Os voy a contar cómo han sido estos primeros seis años de la vida de mi hijo. Yo era primeriza y esperaba con mucha ilusión la llegada de mi pequeño: en un segundo me cambió la vida. Di a luz en la Clínica Mompía y a mi bebé se lo llevaron a la Residencia Cantabria sin darme tiempo a que lo viese. Allí estuvo ingresado 18 días, hasta que descubrieron que no le funcionaba la tiroides. A los pocos días de volver a casa apareció la meningitis, y otra vez un ingreso de 22 días. Allí estuvimos mi marido y yo, sin salir en todo ese tiempo. Afortunadamente todo lo ha ido superando, aunque después aparecieron la intolerancia al gluten y los problemas de audición.
Mi marido siempre ha estado a mi lado, apoyando y cuidando de Héctor cuando yo no me encontraba bien de ánimo, sobre todo el primer año, que fue el más duro. El hijo que tuve no era como yo lo esperaba.
Ahora Héctor y yo vamos juntos a todas partes, ya que dejé de trabajar para poder dedicarle toda la atención que necesitaba. Somos como el canguro y su cría. Pasamos mucho tiempo jugando al balón, que es lo que más le gusta. Este verano ha descubierto la piscina y ahora quiere ir todos los días. A veces tenemos que coger la mochila de la piscina para conseguir que salga de casa, aunque no le toque. Pasamos muchos ratos cantando, le gusta mucho la de ‘La Fuente de Cacho’. Otros ratos nos dedicamos a pintar o a leer cuentos. Él me trae el que quiere y yo se lo leo. Desde los cuatro años va al colegio. Le gusta acudir a clase, y parte de su interés se debe a que tiene unos compañeros y unos profesores que le quieren y le ayudan en todo.
Durante estos años la familia y los amigos han sido un gran apoyo. Tanto para darnos ánimos, cuidar de Héctor o simplemente estar a nuestro lado, que es mucho.
Héctor me da mucho amor y muchas alegrías. Cuando se da cuenta de que estoy preocupada y triste, él se acerca, me acaricia y dice “mamá”. Casi no habla pero con eso me lo dice todo. Tiene un sexto sentido que le hace aún más especial. También disfruto mucho con sus pequeños, que para mí son grandes, progresos. En casa es un día de celebración cuando descubro que sube y baja solo las escaleras, cuando dice una palabra, aunque sólo sea la última sílaba, cuando come con cuchara… No lo cambiaría por nada del mundo.
Es un niño especial, y no por tener síndrome de Down, sino por el amor que da a todo el mundo, y en especial a mí. Nunca pensé que a un hijo se le quisiera tanto. Ya sé que hay que luchar mucho en la vida y trabajar por él, pero poco a poco se llega a conseguir todo, con paciencia y cariño. De momento no pensamos mucho en el futuro, preferimos disfrutar del día a día, ayudar a nuestro hijo a ir superando sus dificultades y disfrutar de sus pequeños o grandes progresos. Antes de despedirme quiero darle las gracias a mi hijo por lo felices que nos hace, por haber nacido en nuestra familia.