Funcionaria en la Consejería de Economía del Gobierno de Cantabria, Elena del Pozo quería sentirse útil fuera del ámbito de su trabajo. A través de su padre, que fue profesor de Educación Especial, ha conseguido poner en práctica su gran vocación. Desde enero de este año participa como voluntaria durante dos horas a la semana en los talleres que imparte junto con Lourdes para un grupo de ocho jóvenes de entre 8 y 15 años. Entre otros, participa en talleres de lectura, pintura o cocina. Sólo tiene palabras positivas sobre esta nueva experiencia.
Elena considera que su contribución como voluntaria es un premio que le proporciona una satisfacción personal impagable. Ha tenido la suerte de conocer a familias con una fortaleza y un carácter muy especial. Tras el periodo estival, Elena se reincorpora en octubre a su tarea como voluntaria en la Fundación con ilusiones y ganas renovadas. “Espero que los jóvenes me reconozcan”, exclama ante el encuentro inminente con “sus chicos”. Antes de formar parte de la familia de la Fundación, Elena tenía una impresión muy clara sobre la labor que llevan a cabo los profesionales de esta institución. Después de seis meses, se reafirma en la valiosa y dedicada aportación que realizan profesores, monitores, psicólogos y todo el personal para la inserción de los jóvenes en nuestra sociedad.
Creo que “la Fundación realiza una tarea de divulgación y sensibilización sobre las personas con discapacidad intelectual y sobre sus derechos, poniendo en marcha, de forma innovadora y con una actitud de escucha, nuevas actividades y servicios, así como mejorando los existentes”, explica la voluntaria. “Tengo la suerte de aprender y trabajar junto a un equipo profesional capacitado por su experiencia y conocimientos, con una actitud positiva y abierta para el desarrollo de su tarea”.
Elena advierte sobre el riesgo de olvidar que “todos los seres humanos, absolutamente todos, podemos recibir, pero también tenemos capacidad de dar, de ofrecer a la sociedad, de construir y transformar”. Asegura la voluntaria que siempre hay que alimentar y hacer crecer las capacidades de cada uno. A Elena le basta con ver sus caras (“ellos me transmiten mucho”) para sentirse muy contenta porque ya le conocen a fondo. Lo dice feliz: “es algo único”. Ella dice orgullosa que “es un apoyo” para los jóvenes y los profesionales que ya la conocen y con los que se siente a gusto.
Ahora Elena tiene la idea de seguir explorando en este proyecto porque le motiva de una manera especial el poder compartir su tiempo entre mayores y jóvenes. “Siento que puedo ayudar porque puedo prestar cariño y es gratificante sentir ese intercambio, notar cómo me lo devuelven”, subraya.