Paloma Gutiérrez
Suele madrugar y le gusta poner la música alta en la cocina a la hora del desayuno y también por la noche cuando cena. “¿A todo gas?”, le pregunto. “A todo volumen. A mi madre no le molesta”, me cuenta. Paloma tendrá problemas de corazón, pero las cosas las tiene muy claras. “No me riñen nunca”. Le pregunto si es obediente. “Pues claro”. Insisto de nuevo. “¿No te riñen nunca?”. Y su respuesta es inmediata: “A mí no me riñe nadie. ¡Oye! Yo soy buena”. Y me lo creo porque es afable y su simpatía, infinita.
Habla con mucho cariño de sus padres y de sus hermanos Eva, Miguel y Laura. Le encanta cuidar a sus dos sobrinas, a quienes se las podría comer en bocadillo, entre pan y pan. “Voy todos los veranos a Peñafiel. Allí están mis abuelos, mis tíos y mis primos. Me siento muy querida”. Le tiro de la lengua y me dice con una sonrisa que su tía Carmina le hace rabiar un poquito, pero no le importa.
Paloma lleva recibiendo apoyo en la Fundación Síndrome de Down desde que era pequeña. “Mis amigos y profesores son geniales. Me lo paso muy bien, estoy muy contenta”. Todas las mañanas, nada más llegar al Centro Ocupacional, hace ejercicios para mejorar la respiración -sus pulmones son débiles- y para cuidar su corazón. “Me operaron de la vesícula también. Me cuido mucho, tengo que estar sana”, confiesa. El golf le ayuda y todos los jueves va al Campo Municipal de Mataleñas. Es una de las actividades de la Fundación.
Disfruta estando al aire libre y salir a dar paseos por Santander con su madre es lo que más le gusta. Y bailar y la fotografía. “Tengo una cámara que me regalaron mis abuelos y me encanta hacer fotos de todo. Tengo muchas. Las revelo y hago mis álbumes”, dice. Le va el jolgorio y no le importa ayudar en las tareas domésticas, pero hay algo que lleva muy mal: hacer las camas. “Hablando de hacer… tenemos que hacerte una foto”. Y escucho un “Claro que sí” con tanta naturalidad que me hace reír.