El interés y el cuidado por cultivar lo que llamamos inteligencia emocional ha cobrado particular relevancia conforme nos hemos dado cuenta de su protagonismo en nuestra vida como individuo y como miembro de la sociedad. La preocupación por la educación emocional ha incrementado su presencia no sólo en las tareas de formación escolar sino en los programas de adiestramiento profesional. Suele afirmarse que las personas con síndrome de Down tienen una especial sensibilidad y destreza para captar los estados emocionales de otras personas y, sin embargo, la experiencia nos dice que, conforme crecen, les cuesta expresarlos. Bajo la dirección de Emilio Ruiz, los profesionales de la Fundación Síndrome de Down de Cantabria desarrollaron un programa piloto de educación emocional durante tres años. En el presente número exponen los resultados y conclusiones de su estudio. Al mismo tiempo explican con detalle la vivencia de la educación emocional en la familia, como lugar privilegiado para atender de una manera continuada y natural esa parcela de la inteligencia.