Ana Merino, auxiliar administrativa
–¿Por qué decidió aceptar el trabajo en la Fundación?
Porque respondía a mis expectativas profesionales. La idea de trabajar por una causa justa y de ayudar a gente discapacitada me resultó atrayente por lo novedoso de la situación, pero no tuvo gran peso, ya que hasta entonces yo había vivido bastante al margen de cualquier tipo de discapacidad.
–Trabaja desde hace cuatro años en la Fundación. ¿Qué diferencia su labor administrativa aquí de aquella que puede desarrollar en otro sector?
La labor puramente administrativa difiere de otras en cuanto al contenido. Si en otros sectores se trabaja con empresas aquí se hace con la familia. Ello hace que lo humano tenga una importancia fundamental y se creen relaciones personales de cercanía y cordialidad.
–Tiene una ayudante con síndrome de Down. ¿Qué cualidades ve en ella que le facilitan el trabajo diario?
Cristina es una persona que tiene muchísimas capacidades para trabajar. Tiene una personalidad bien marcada, es muy resolutiva en sus tareas y dispone de recursos suficientes cuando se le presenta algún problemilla en su trabajo. Entre las tareas que lleva a cabo se encuentran recoger el correo ordinario, hacer fotocopias, ensobrar, coger el teléfono, anotar los avisos cuando me ausento y hacer pequeñas compras. Todas ellas las realiza notablemente. Es, además, muy conocedora de sus derechos como trabajadora. Más de una vez me ha comentado la dependienta de una librería cercana a la Fundación lo apañada que es la ayudanta que me he echado.
–¿Qué le han enseñado las personas con síndrome de Down?
He aprendido que son un ejemplo de superación, esfuerzo, perseverancia y ganas de aprender. Desde que nacen trabajan para desarrollar al máximo sus capacidades, de manera que puedan integrarse en el mundo que les rodea y desenvolverse con la mayor autonomía posible.
–Si una persona que desconoce el significado del síndrome de Down le pregunta qué es, desde lo que hoy conoce, ¿qué le contestaría?
Le diría que se trata de un tipo de discapacidad intelectual provocada por una alteración cromosómica en el par 21, que hace que en vez de tener 46, se tengan 47 cromosomas. Esta alteración crea los característicos rasgos faciales, hipotonía muscular, laxitud… y, en un porcentaje más alto respecto al resto de personas sin síndrome de Down, otras patologías asociadas como las cardiopatías, por ejemplo. El síndrome de Down no se cura pero tampoco progresa. Si se tiene, se tiene, no tienes un poco o mucho síndrome de Down. Otra cosa es que tengas mayores capacidades para conseguir más logros en tu vida. Cada una de las personas con síndrome de Down es única y diferente a las demás, con sus intereses, gustos, aficiones, carácter y, en definitiva, con su propia personalidad. No están cortadas por el mismo patrón.
–¿En qué medida trabajar en la Fundación le hace más receptiva a los problemas de los demás?, ¿se ha vuelto más empática?
En el sentido de que he aprendido a escuchar más y ser más comprensiva. Muchas veces hay madres que llaman por teléfono o acuden a la oficina para hablar de un problema o una situación nueva para ellas y yo creo que el hecho de escucharles y ponerme, en la medida de lo posible, en su lugar, les sirve de alivio y consuelo, independientemente de que no pueda darle solución a su problema.
–¿Qué es lo más gratificante de su trabajo?
Ver como se implican económicamente empresas privadas, entidades bancarias a través de sus obras sociales, la administración pública y personas anónimas en la realización de los objetivos de esta Fundación, que no son otros que alcanzar la máxima integración posible de las personas con síndrome de Down, así como su pleno desarrollo y bienestar personal. Recuerdo uno de los primeros proyectos que presenté a una caja de ahorros sobre Empleo con Apoyo. Evidentemente no tenía experiencia alguna en este tipo de cosas y, cuando llegó la resolución en la que se decía que nos concedían una ayuda económica, yo me alegré enormemente y me dije: “Anda, pero si pides y te dan” . También es verdad que no siempre es así. Lo que está claro es que la sociedad cada vez está más concienciada y sensibilizada con los colectivos más desfavorecidos de la sociedad y eso es de agradecer.
–¿Qué le ha aportado su vínculo con la Fundación?
Por un lado, y desde el punto de vista del trabajo que realizo, he aprendido a gestionar todo lo relacionado con subvenciones, desde el momento en que se presenta un proyecto hasta que se justifica la cantidad asignada. Para mí era algo desconocido, pues nunca había trabajado en una entidad sin ánimo de lucro que recibe sus ingresos principalmente de empresas privadas y públicas. Por otro lado, me ha enseñado a valorar lo que tengo y tener más presente que hay personas con muchas dificultades y necesidades para salir adelante y que tiene que enfrentarse a ellas.
–¿Qué imagen cree que tienen los chicos de usted?
Creo que esta pregunta deberían responderla ellos. Lo que sí puedo decir es que cuando vienen a la secretaría a realizar algún recado que sus profesores les han mandado siempre se dirigen a mí con educación y confianza.
–Estos años le habrán dejado anécdotas para el recuerdo. ¿Nos cuenta alguna?
Anécdotas hay bastantes, sobre todo relacionadas con los chicos con síndrome de Down, pero éstas se las dejo a los profesores, que tienen un trato más directo con ellos. Yo me quedo con un hecho que me impresionó bastante a las pocas semanas de comenzar a trabajar aquí. Me refiero a la proyección de esta entidad en todo el mundo. Aquí se reciben muchos correos electrónicos de distintos puntos del mundo, y sobre todo, de Hispano – américa, en los que se hacen consultas, peticiones, se agradece la labor que se realiza… A mí me llamaba la atención, más que esa proyección a la que me refiero, a la desproporción entre lo que yo veía que se abarcaba desde aquí y las dimensiones tan pequeñas de esta Fundación, tanto en lo que son profesionales trabajando como en espacio físico. Claro que con el tiempo encontré la explicación a todo y vi que era fruto de la dedicación, conocimientos y esfuerzo de muchos padres que iniciaron esta labor y, en concreto, la fundadora de la FDSC, María Victoria Troncoso, y su marido, Jesús Flórez.