Tienen un interés común: fomentar que el aprendizaje de sus alumnos sea lo más próspero, coordinado y ágil posible. Son cinco maestras de la Fundación S.D. de Cantabria y profesores de colegios convencionales que tienen en sus aulas chicos con síndrome de Down. “Hace falta la colaboración y comunicación entre nosotros y las familias, porque nuestros estudiantes están influidos por los tres ámbitos. Me consta que, cuando esto se produce, el progreso académico es importante”, resume Mercedes del Cerro, subdirectora y coordinadora de programas educativos en la Fundación.
“Uno de mis alumnos, desde que ha cambiado de profesora de apoyo por otra que está muy de acuerdo con lo que hacemos aquí, trabaja mucho mejor. Su familia está muy involucrada, entra conmigo en clase, hace fichas como las mías y se las da a su otra maestra. El niño, al ver que las domina, se siente más motivado, aprende mucho más deprisa y, por tanto, está madurando a un ritmo más rápido”, señala Asun Lezcano.
Éste es uno de los ejemplos de cómo el rendimiento académico puede mejorarse con la estrecha colaboración entre el entorno más cercano a los chicos con síndrome de Down. Pero, según explican las profesoras de la Fundación, para ellas lo más importante es trabajar su autonomía y conducta, lo que se distancia de la adaptación curricular impuesta en los colegios. “Nosotros tenemos una perspectiva diferente, trabajamos pensando en la persona adulta, en toda su vida”, explica del Cerro, por eso hacen hincapié en que los profesores de las escuelas, los que más tiempo pasan con los alumnos, insistan en fomentar comportamientos adecuados. “Esto hay que trabajarlo desde pequeños, porque en edades mayores ya se da por hecho y va a llamar más la tención”, resume Gunilde Schelstraete. “Yo tengo una alumna muy tímida y recomendé a sus profesores del colegio enviarla a hacer recados por el centro. Otro caso es el de una maestra que tiene un niño pequeño que se comportaba realmente mal y al que no se atrevía a castigar sólo por su discapacidad. Rompimos esa barrera y todo mejoró”.
Mercedes Soler resalta que la autonomía hay que fomentarla “enseñando al niño lo que necesitas que haga en clase: sentarse, escuchar…”. “Al final, lo académico es un tercio. El resto sirve para toda la vida”, remata del Cerro.
LA OTRA PERSPECTIVA
Inés Calvo es profesora de apoyo de Leticia Pérez, una niña de 10 años, en el colegio Altamira (Revilla de Camargo). Cuando, hace dos años, se enteró que tendría una alumna con esas características se dió cuenta de que tenía que “ponerse al día”. Por eso hizo el Curso Básico que imparte la Fundación. “Fue una maravilla, aprendí mucho. Estoy encantada con ellos porque me han ayudado mucho”. La primera reunión que mantuvo con Asun Lezcano para hablar sobre las características concretas de Leticia la considera “vital”, al igual que el interés de sus padres, muy involucrados en la educación de la niña.