Madre y maestra

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Por Patricia Arias

Guille

Siempre he tenido clara mi vocación profesional. Soy una maestra convencida de que la mejor manera de enseñar a los niños es invitarles a aprender por sí mismos y ofrecerles un mundo de experiencias lo más amplio y rico posible, para que puedan explorar y potenciar al máximo sus capacidades. Mi papel es estar atenta a sus pasos, conduciéndoles, guiándoles, y aprendiendo de lo que ellos me enseñan, que es mucho.

Sin embargo, tras el nacimiento de mi hijo Guille, entre el torbellino de inseguridades y pensamientos extraños que me asaltaban la cabeza, una de las preguntas más repetidas era: ¿Podré seguir en mi trabajo?, ¿cómo voy a poder estar con niños de Infantil, sin problemas, cuando mi hijo no se va a poder desarrollar como el resto? Los médicos y personas de mi entorno no paraban de repetirme que era una suerte para Guille tener una madre maestra, que supiera algo del síndrome de Down, y yo llevaba todas esas palabras de ánimo como una losa, preguntándome: ¿Cómo que una suerte?, ¿qué se yo del síndrome de Down? Lo cierto es que cuando salí del hospital y pude empezar a disfrutar de mi hijo como una madre más, esos pensamientos fueron desapareciendo.

A principios de este curso llegó María a mi colegio. La idea de tener algún alumno con síndrome de Down me había asaltado varias veces en el último año, especialmente cuando realicé el curso básico de la Fundación. Lo que no pensé es que sería tan pronto, tan sólo un año y medio después de nacer Guille. Otra vez mi cabeza empezó a llenarse de dudas: ¿Lo haré bien?, ¿podré ser objetiva? Algunas de las personas de mi entorno más próximo también me plantearon inquietudes de ese tipo, preocupándose por mi grado de implicación emocional. Pero esta vez fue diferente. En el último año y medio Guille ya me había recordado con su día a día, que la mayor parte de las veces es más fácil vivir que planear cómo hacerlo, actuar que pensar.

En pocos días Guille cumple dos años. Siempre contento, contagia de su alegría a quien se le acerca. Es un niño inquieto, curioso, deseoso de explorar todo lo que se pone a su alcance. Durante sus sesiones de estimulación, disfruta de casi todo lo que se le propone, manifestando claramente sus preferencias. Le encanta bailar y escuchar música, ir a la piscina con su padre, trepar por los columpios del parque con sus abuelos, participar de los juegos y canciones que las abuelas idean para él. En definitiva, es un niño feliz, y nos hace felices a todos los que compartimos su vida.

María lleva cinco meses en el aula de cinco años, de la que yo soy tutora. Disfruto viendo como se desenvuelve en el colegio, cómo identifica a todas las personas que interactuamos con ella, relacionándonos con la actividad que realizamos. Todos sus compañeros han aprendido a comprenderla y conviven con ella. La cuidan, corrigen, enseñan e integran en todos los juegos y actividades de clase. Ella participa de todo, sonriendo y haciendo que ellos sonrían.

Los dos, Guille y María, avanzan día a día en su desarrollo, y con sus pequeños pasos me ilusionan, me alegran y me hacen crecer en lo profesional y en lo personal. Refuerzan mi idea de que cada niño tiene sus características y es un mundo en sí mismo. Por cada pequeña cosa que yo puedo enseñarles, ellos me enseñan a mí algo mucho más importante, a vivir cada momento. Por todo ello, os doy las gracias a los dos.

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