El largo artículo de Mahoney y Perales sobre el papel de la familia en la intervención temprana suscita interrogantes de enorme calado que a nadie dejará indiferente. El alegato en favor de la acción familiar es tan rotundo y espectacular, tan cargado de datos y evidencias, que obliga a recapacitar y a replantear las actividades y los programas de la atención temprana y, sobre todo, las actitudes de los profesionales que los dirigen. En realidad, el artículo da respuestas largamente presentidas a preguntas constantemente planteadas: ¿Qué factor o factores condicionan que una misma actividad interventora, igualmente aplicada, consiga resultados bien diferentes entre un niño y otro, al margen de su identidad biológica como persona? Detrás del desarrollo hay un ambiente que, en las primeras etapas de la vida, está plenamente ocupado por la acción familiar. De ahí su indiscutible protagonismo que el presente estudio articula de forma espléndida.