“Nunca se debiera poner etiquetas a ningún colectivo”

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Raquel Álvarez, preparadora laboral

Raquel Álvarez, preparadora laboral

Raquel Álvarez, preparadora laboral

–Empezó su etapa laboral realizando prácticas en la Fundación. ¿Qué es lo que más le llamó la atención en su primer contacto con los chicos?
El mío fue un caso especial. Yo quise desde el principio hacer las prácticas en la Fundación, puesto que tengo una hermana pequeña con síndrome de Down y al poco de nacer ya me di cuenta de que quería trabajar con este colectivo. Así que me tuve que mover mucho para conseguir que abriesen convenio de prácticas con el centro en el que estudiaba. En mi llegada me agradaron mucho las presentaciones, puesto que fueron algo de lo más normal. Los chicos me saludaron correctamente y algunos, los más atrevidos, ya me preguntaron cosas sobre mi vida. Me sorprendió la normalidad con la que fluyó todo.

–Durante sus prácticas, ¿qué es lo que más le caló del modelo educativo que se imparte en la Fundación?
Fueron muchas las cosas que me impresionaron, pero lo que más me gustó fue trabajar la autonomía y las habilidades sociales. Las actividades en las que se pueden ejercitar estos aspectos son muy diversas, desde coger el autobús hasta hacer las compras en el supermercado o los talleres de cocina. La razón por la que me parece más importante es porque veo estas actividades realmente útiles para su vida cotidiana y para su integración en la sociedad.

–La Fundación posee un servicio de comedor del que, durante un tiempo, ha sido encargada. ¿En qué medida supone una solución para conciliar la vida familiar y laboral de los padres?
El comedor es un servicio más dentro de los que presta el Centro Ocupacional. Aún así, sería necesario, ya que hay muchos jóvenes que son de fuera de Santander y les sería prácticamente imposible ir a sus casas en las dos horas (de 14:00 a 16:00) que tienen para comer. Todos los que participan tienen semanalmente unas tareas (poner o quitar la mesa, barrer, servir…), que repiten para afianzar su aprendizaje. Además, tienen la suficiente autonomía para desarrollar estas labores (algunos necesitan más ayuda que otros, pero todos son capaces). Tan solo necesitan nuestra supervisión para darles algunas pautas.

–¿El comedor se aprovecha como entorno desde el que enseñar comportamientos sociales y hábitos alimenticios adecuados?
Sí, claro, es una oportunidad más para enseñar habilidades sociales y conseguir más autonomía personal. Se les enseña y usan las reglas de cortesía en la mesa: conversan durante la comida respetando los turnos, no vocean ni hablan con la boca llena. Utilizan correctamente los cubiertos, saben discriminar cuáles son los específicos de cada comida, usan adecuadamente la servilleta… En cuanto a los hábitos alimenticios: la comida proviene de un catering y es la empresa la que realiza el menú mensual, pero desde la Fundación intentamos que los chicos sean conscientes de las cantidades adecuadas que deben comer y de la importancia que tiene comer de todo. Con todo, siempre hay algún problema porque “en sus casas no le ponen ese alimento”, como dicen muchos, o porque otros tienen ciertas “estrategias” a la hora de servirse la comida: se llenan más o menos el plato dependiendo de si tocan alubias o macarrones.

Raquel Álvarez–Ha impartido todo tipo de talleres dentro de la Fundación. ¿Cuáles diría que son los más determinantes para la evolución de las personas con síndrome de Down?
Todos los talleres tienen cierta relevancia. En cada etapa se trabajan unos objetivos y nuestra participación varía. Al taller de psicomotricidad acuden niños de 2 a 7 años y su evolución se centra en aspectos sensorio- motores. Como profesionales nosotros debemos procurar que el niño perciba información a través de todos los sentidos y que realice ejercicios de motricidad. El taller de escolares lo forman niños de 8 a 13 años. Los juegos comienzan a implicar reglas, cierta comunicación, capacidad de adaptarse, ceder… Todos estos aprendi zajes los utilizarán después en su vida adulta. El juego socializador suele ser motor de habilidades con normas y reglas arbitrarias establecidas por el propio grupo, que exigirá a sus miembros que las respeten. En el taller de adolescentes el juguete pierde importancia y lo gana el juego organizado, el de reglas, que implica relaciones sociales o interindividuales y supone una organización de las actividades lúdicas. Estos juegos los inician en la organización y la disciplina y les enseñan a someter sus propios intereses a la voluntad del grupo. A partir de esta edad el juego se empieza a disfrutar de otra forma.

–¿La realización de talleres escolares han supuesto una mejora sustancial en el rendimiento académico de los alumnos con síndrome de Down?
La familia, la escuela y la Fundación somos agentes socializadores que participamos en la educación de los chicos. Los talleres son un complemento, ya que en ellos los chicos tratan entre iguales y se dan momentos más distendidos que en el colegio o en las clases individuales.

–Como preparadora laboral, ¿qué acontecimientos le han hecho sentirse más satisfecha de su trabajo?
Llevo poco tiempo como preparadora. Ahora me encuentro en una nueva integración y me complace mucho ver cómo la trabajadora aprende las nuevas tareas con ilusión y la buena relación con sus compañeros de trabajo. Pero con lo que creo que más satisfecha me sentiré será con la firma del contrato de la trabajadora.

–En términos generales, ¿cómo valora el resto del equipo de una empresa la llegada de un trabajador con síndrome de Down?
Son muchas las empresas que se ponen en contacto con la Fundación para crear convenios de colaboración y participar en el programa de empleo con apoyo. Por la experiencia que tengo puedo decir que las empresas y sus trabajadores cada vez están más implicados en la integración en sus plantillas de personas con síndrome de Down. Cada participante tarda más o menos en aprender las tareas, pero es algo que con el tiempo acaba dominando. Pasada la integración sigue existiendo un seguimiento a los trabajadores por parte de las preparadoras laborales y, si surge algún tipo de problema, nosotras nos encargamos de solucionarlo.

–¿Qué mitos ha escuchado en su entorno sobre cómo son las personas con síndrome de Down y cuáles son los que su experiencia le ha mostrado que no son reales?
Nunca les he hecho mucho caso, lo que está claro es que cada persona es distinta, da igual que tenga síndrome de Down o no. Nunca se debiera poner etiquetas a ningún colectivo. Pero una cosa es no hacer caso a los mitos y otra que no existan. Cuando nació mi hermana nos prestaron unos libros sobre el síndrome de Down (de hace muchos años) en los que redactaban barbaridades. Decían cosas como que estas personas no llegarían a leer ni a escribir, que tardarían años en aprender a andar y que durante toda su vida necesitarían ayuda para cualquier cosa. Lo que está claro es que mucho dependerá del tiempo que se invierta en el aprendizaje de cada chico.

–Ha tenido relación profesional con personas con síndrome de Down en las distintas etapas de su vida. ¿En qué momento diría que hay que prestarles una atención especial porque ese período resulta clave para su desarrollo?
Es un trabajo continuo, siempre hay que prestarles atención y enseñarles algo nuevo o reforzar lo aprendido. Pero, en mi opinión, los primeros años de vida son muy decisivos. Para prestarles ese apoyo tan importante se cuenta con un grupo de profesionales que potencia al máximo su desarrollo y trabaja junto con la familia para guiarles. Se les indica las pautas que deben seguir en casa, los ejercicios que deben trabajar y de qué manera (porque no sólo hay que trabajar en la Fundación). Y, algo muy importante, se les aclaran todas las dudas que les puedan surgir. Está demostrado que los niños con síndrome de Down que reciben atención temprana tienen una mejor calidad de vida que los que no la han recibido.

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